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23.1.07

Crónica desde El Cairo -- Kim Amor -- El Periódico

Serpientes a buen precio en el zoco

Bienvenidos al Suk al Gomá, el mayor mercado popular de El Cairo. Aquí todo se vende y se compra a precios irrisorios. Ahmed, por ejemplo, ofrece serpientes a bajo coste. Son delgadas y miden más de un metro. "No son venenosas. Las traigo del campo", dice. Ante la cara de póquer del foráneo, resuelve colocar varios invertebrados alrededor del cuello de su hijo, un chaval de unos siete años. Los reptiles se mueven con soltura, incluso uno de ellos osa acercar su cabecita plana a la nariz del extranjero. Ahmed y su hijo ríen con descaro. "Coja una, sin miedo, sin miedo", anima el vendedor.

El Suk al Gomá (mercado del viernes en árabe) abre el día festivo semanal musulmán. Miles de cairotas, la gran mayoría de extracción muy humilde, se amontonan frente a los centenares de tenderetes a cielo abierto que se extienden a lo largo de una vieja vía de tren en desuso. Para avanzar entre los raíles hay que abrirse paso casi a codazos y con cuidado de no tropezar. A primera vista uno tiene la sensación de hallarse en medio del caos más absoluto. Pero una vez inmerso en el desorden se da cuenta de que el mercado está más o menos organizado.

El puesto de Ahmed, por ejemplo, forma parte de la sección de animales. Por un lado, serpientes, tortugas y peces de colores. Unos metros más allá, a la sombra de un puente, palomas, aves rapaces, periquitos, cotorras y loros. Pintado a lo graffiti en una de las paredes se anunciaIbrahim el loco. Vendedor de palomas, con su número de teléfono. Poco importa que en Egipto se hayan dado recientemente casos de gripe aviaria. Las aves, metidas en jaulas artesanas de madera de palmera, pasan de mano en mano sin cautela ni temor alguno. Por si las moscas, los visitantes optan por cambiar lo más rápidamente posible de sección.Nos encontramos ahora junto a los vendedores de desguace de artículos electrónicos. Un individuo, tocado con un llamativo turbante, toma el té junto a una montaña de piezas de ordenadores y calculadoras. Otro, de grueso bigote, exhibe microchips de móviles, radios y televisores de los años cincuenta y grandes despertadores de caja metálica. "Oiga, pero ¿estos relojes funcionan?", pregunta sorprendido el extranjero. "Pues claro que no, pero sirven como decoración", responde sin pestañear el buhonero. Es tanto lo inservible que es fácil confundir el género que está a la venta con los desperdicios que cubren por doquier los raíles y aledaños. En ocasiones esto parece más un vertedero que un mercadillo.

Tras sortear varios embudos de gente --algunos protestan por el atasco-- aparecen los muebles, los váteres, las tuberías oxidadas y demás artículos de fontanería. No falta tampoco la sección de ropa usada, vestidos de novia incluidos, además de zapatos de todo tipo. Entre los pocos artículos por estrenar está Fulla, la versión de Barbie de los países árabes, que cubre su cabello con el velo islámico. No es la única muñeca, hay más, pero todas mutiladas. Sus miembros amputados y las piezas de plástico están amontonadas en una gran pila. ¿Habrá que armarlas como si de un puzle se tratase? Menudo mercado. Sin duda peculiar.